Domingo, 07 de octubre de 2012
Viaje a través de la pintura
Homenaje. Los dibujos que acompañan al relato citan a maestros del arte europeo y oriental.
(Por Lara Pellegrini) Graciela Juárez y Natacha Kaplún retoman una antigua expresión de la cultura japonesa para presentar una adaptación de Seda, la novela de Alessandro Baricco.
En bicicleta se arrima a la plaza central del pueblo, despliega su
teatrillo de madera y anuncia que la función está por comenzar. Toc,
toc, toc, toc claman los hyoshigi. Llegó el momento. Los niños se
acomodan arrebatados de ansiedad por su caramelo y por el misterioso
viaje que —saben— están a punto de emprender. Una voz hilvana amores y
aventuras mientras la serie de dibujos esboza algunos anclajes
ilustrativos con sus sutiles trazos. Después, el abismo, el mundo. Las
mentes son invitadas a surcar su camino como serpientes de arena. No hay
nunca uno igual a otro. O al menos, nunca lo sabremos. Ni cine, ni
tevé. Siquiera trenes ni fotografía. La génesis más pura de la imagen en
movimiento sea quizá la imaginación. Japón, siglo XII y esa imperiosa
necesidad humana de contar historias.
Existe en Rosario el teatro Kamishibai, una expresión
popular japonesa que llegó a estas tierras a raíz de un encuentro
casual y un recuerdo de infancia. Se trata de una puesta en escena
mínima: una caja de madera oficia de escenario, soporte de una serie de
dibujos que acompañan el avance de la historia detallando en sus trazos
algunas de las escenas narradas. La voz del cuentista —o gaito
kamishibaiya— flota, cálida. La historia circula entre la prolija
geometría roble y el misterio fantástico que promete todo aquello que se
encuentra escondido en una caja de madera.
"En estos tiempos de bombardeo de imagen, donde el
espectador recibe todo masticadito y procesado, hay poco lugar para que
suceda otra cosa", reflexiona Graciela Juárez, quien junto a Natacha
Kaplún sostiene este espacio poético y lúdico, Teatro Kamishibai
Rosario, y presenta Seda, una adaptación del libro homónimo de Alessandro Baricco.
Casi no hay cuerpo en acción, la presencia de las
narradoras prefiere ausentarse y librar al espectador a volar con la
historia, sin intermediarios ni condicionamientos. "Lo que proponemos es
un paréntesis en el tiempo —afirma Natacha Kaplún—. Nosotras estamos
casi invisibilizadas porque queremos desaparecer para que el espectador
haga su trabajo". La imagen de una muchacha —"arce en primavera los
cabellos, la mirada baja y una túnica clara"— oficia de disparador. La
escena relatada desde las penumbras se eleva en voz por sobre el cuerpo
representado, lo rodea, lo envuelve, lo arropa; y con la cadencia mansa
de una pluma se desliza hacia los intersticios imaginarios de los
espectadores. Cada cual elige el camino.
Hechos a mano y sin correcciones, los dibujos que
acompañan el relato fueron diseñados por Natacha Kaplún y cuidadosamente
hilvanados con el entramado del texto. Homenajean a maestros de la
pintura europea y japonesa, como Van Gogh, Klimt, Monet e Hiroshige,
retomando obras clásicas para representar las escenas de la historia.
Una tarea que llevó tres años de trabajo, entre la adaptación del
escrito, a cargo de Juárez, y la composición de imágenes. "La historia
está narrada cuando los puertos de Japón abren comercio con Occidente y
empiezan a llegar las estampas japonesas, influenciando a muchos
artistas. Estos dos mundos tienen una conexión, hay un viaje a través de
la pintura", agrega Kaplún.
La propuesta del dúo difiere en parte del uso
tradicional de la técnica teatral, utilizada principalmente como
herramienta lúdica y didáctica para el trabajo con niños. Ellas lo hacen
para adultos. "Es un mimo", dicen. Extendido ya en varios rincones del
mundo, el teatro Kamishibai originalmente se realizaba en parques y
plazas de Tokio para público infantil. El cuentista se acercaba en
bicicleta y vendiendo dulces, sin dudas se aseguraba de esa manera una
buena cantidad de espectadores. Con el golpeteo seco de dos varillas de
madera anunciaba que el show estaba a punto de empezar; desplegaba el
teatrillo que acarreaba en la parte trasera de su móvil y comenzaba el
relato acompañado de imágenes.
La ancestral técnica data del siglo XII y retomó su
auge entre 1920 y 1940 cuando una gran crisis la posicionó como
alternativa laboral. "Es la manera que encontramos para proponerle a la
gente entrar en otro tiempo, de desacelerar, recuperar para los adultos
un círculo de lectura, un encuentro cercano. Cuando uno escucha el
relato empieza a escuchar sus propios personajes, porque la lectura y la
puesta abren ese espacio, no están cubriendo todos los blancos",
infiere Natacha.
Fue Graciela Juárez quien un día se topó con esta
curiosa manera de narrar historias y recordó cuando pequeña cortaba las
tiras de historietas y, disponiéndolas en una caja, las hacía girar.
Había encontrado entonces una manera de decir. Años después, la había
rencontrado y fue mágico: "Nosotras dos trabajábamos juntas en el Museo
Estévez y se hizo una muestra sobre Japón con la idea de hacer
referencia a toda la cultura japonesa: se mostró la literatura, la
danza, la comida, el teatro".
En esa ocasión llegaron artistas del Club Argentino
de Kamishibai de Buenos Aires, fundado por Amalia Sato, a dar una
función. "Cuando lo conocí recuperé algo de mi infancia, fue una
conexión con un pasado muy lejano", asegura Juárez. Algo de la niñez
pulula en el aire mientras la historia avanza entre Francia y Japón,
desencuentros y erotismo. Las aventuras de Hervé Joncour despiertan esa
conexión primitiva con la oralidad, agudizando sentidos a veces opacados
por la hegemonía de la mirada. Olores, texturas y colores inventados.
Una voz que guía. Los nenúfares surcan calmos las aguas infinitas del
lago que supo ver Monet.
En CaMp, Suipacha y Jujuy, el 12, 13 y 27 de octubre a las 21.
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